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El programa del triunfante Macron contempla,
entre sus primacías, que las empresas negocien los salarios de forma individual
y no estén obligadas a los convenios colectivos por ramas; también aumentar la
flexibilidad para contratar y despedir trabajadores, y para fijar las normas
laborales. Son demandas de larga data de la patronal francesa, que hasta ahora
han encontrado la resistencia de los trabajadores. Pero la nueva mayoría que se
establecería en la Asamblea Nacional aumenta las chances de que la clase
dominante finalmente avance sobre el trabajo.
Efectivamente, En Marcha se ha
convertido en la alternativa “poderosa” de la burguesía francesa y de la
Unión Europea. La contracara del ascenso del partido de Macron es el derrumbe
del PS, y PR.
"Los franceses optaron por la esperanza
frente a la cólera [...] Hace un año nadie habría pensado en semejante
renovación política", afirmó el primer ministro, Edouard Philippe, al comentar
los resultados”. La Nación 19/06/2017.
Algunos partidos y analistas de izquierda, a la
vista de la debacle de los socialistas y republicanos, y la renovación de todo
arco político, recientemente caracterizaron que en Francia se había abierto una
crisis de proporciones. Así, y a propósito de las elecciones presidenciales, se
habló de “crisis del régimen”; de “crisis orgánica”, y de “crisis
política que no hace más que comenzar”. La tesis central es que el
electorado abandonó a los partidos tradicionales.
“El fracaso del que habla Castaner es
expresión de la crisis de régimen que atraviesa a Francia desde hace tiempo,
con una crisis exponencial de sus partidos tradicionales, sobre todo del
socialismo, de un descontento de los trabajadores franceses y una consecuente
crisis de representatividad y legitimidad del nuevo gobierno de Macron” .La Izquierda diario
19/06/2017.
Pues bien, pienso que es un error este tipo de
caracterizaciones. La razón elemental es que extreman la envergadura de los
movimientos de superficie de la política cotidiana, perdiendo de vista que las
relaciones burguesas permanecen intactas. Un ejemplo típico lo constituye la
historia de la Italia de posguerra: en los 71 años que van de 1945 a 2016 hubo
nada menos que 42 jefes de gobierno. Recuerdo que a raíz de esa inestabilidad
política permanente, un grupo trotskista italiano, hablaba de “crisis
pre-revolucionaria crónica”. Pero la “crisis pre-revolucionaria” se
continuaba, año tras año, sin que esto se tradujera en ningún movimiento
anticapitalista de la clase obrera. Y la burguesía seguía renovando su control
político e ideológico, a pesar de las turbulencias de superficie. ¿Qué sentido
tiene hacer este tipo de caracterizaciones “crónicas”? De hecho, solo
sirven para oscurecer las cuestiones primordiales y perderse en un laberinto izquierdista.
El caso de Francia, observamos que disminuyeron los votos al PS y a los
Republicanos, pero aumentan los votos a En Marcha. Pero más importante
aún a todo esto es, la mayoría del electorado que fue a votar opto por alternativas
burguesas (El caso de Francia Insumisa es ejemplar presenta un programa
extremadamente moderado). Entonces, ¿por qué debería intranquilizar a la
burguesía gala el cambio de figuras al frente del Poder Ejecutivo o en el
Parlamento, si no hay tanta diferencia en los programas y estrategias? Se
renueva el elenco dirigente para que todo continúe más o menos igual (esto es,
para que siga la ofensiva del capital contra el trabajo).
En referente a la abstención que como decíamos
al principio fue récord del 56,6%. –argumento clave de los defensores de la
tesis “crisis orgánica-“,- no veo que sea tan fundamental. En términos
de Gramsci, una crisis orgánica se distingue por la desaparición del consenso
que las clases dominadas le conceden a la ideología dominante. Según Gramsci,
si la clase dominante ha perdido el consenso, no es más “Administrador”,
sino “detentadora de la pura fuerza coercitiva”. Pero la realidad es que
en las mayoría de las veces la burguesía no tiene adhesión activa de las masas
(o de una parte de las masas) a algún proyecto, y gobierna sin apelar tampoco a
la “pura fuerza coercitiva”. Es que en el medio de estos escenarios se
concentran variantes reformistas. Entre ellas, es muy frecuente que haya
desaliento; o que no se vislumbre la posibilidad de cambiar el estado de cosas.
La abstención electoral muchas veces es
expresión de este estado de ánimo. Por eso la actitud puede ser la de “soportar”,
“resignarse” o “tolerar de mal gusto”, sin que se altere en lo
básico la explotación del capital. A lo que hay que agregar los eventuales
ascensos de variantes del “Socialismo burgués”
(Chavismo en Venezuela,Kirchnerismo, Syriza en Grecia, Podemos en España, ahora el Laborismo
inglés, para mencionar solo casos mas recientes) que llevan a la
frustración y desmoralización de los movimientos sociales y obreros (Chavismo, Syriza).
Reforzando así, en última instancia, el “soportar”, “resignarse”
o “no ver salida”.
En otras notas he insistido en que la lucha contra
el capitalismo y su Estado, debía basarse en un análisis materialista, y sin
ninguna perspectiva positiva dentro de los marcos del capital, y que no hay que
apostar a ilusiones reformistas burguesas. Es necesario partir de las
relaciones reales de fuerza entre las clases sociales, y de una caracterización
de clase de los programas que apoyan, consienten o toleran las masas
trabajadoras. Para eso, es necesario “bajar la euforia” de los análisis
que a cada momento encuentran una “crisis pre-revolucionaria” o “una
crisis orgánica”. Esto se da en parte de la lucha por la ruptura con todas
las expresiones políticas e ideológicas de la clase dominante burguesa.
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