Debido a la desaparición de Santiago Maldonado.
En las últimas semanas en amplios sectores de los movimientos sociales y de la
izquierda. Se ha hecho hincapié en pedir la renuncia de la ministra de
Seguridad de la Nación Patricia Bullrich, adjudicándola como la responsable de
la desaparición del joven, el primero de agosto pasado en una represión por
parte de la gendarmería en la Lof Cushamen. Dado que esta agitación es difundida por
partidos que se autodenominan socialistas, en estas circunstancias es oportuno
analizar el rol del Estado como órgano represivo y su papel en la lucha de
clases.
Marx en La guerra civil en Francia había
escrito con respecto a la comuna de París alertando a los obreros que el Estado burgués
no solo sirve como “administración de los intereses de la clase dominante”. (El Manifiesto del Partido Comunista, Pág.1) sino que era una “horrible máquina de dominación de clase.” Con esto
Marx planteaba que el objetivo de los socialistas no era reformarlo sino “destruirlo”.
Esta concepción marxista del Estado, en la actualidad se ha perdido prácticamente en
la izquierda mundial y en los movimientos sociales críticos del capitalismo. Eso
explica que hoy gran parte de la
izquierda lo considere como un órgano que puede ser reformado, cambiando sus dirigentes
colocando a dirigentes “buenos” y quitando a los “malos”, esta tesis lleva a no
ver al Estado como un aparato de opresión de una clase a otra, y lo más grave es
que estas posturas derivan de partidos revolucionarios.
Ante esta posición muy arraigada en la izquierda,
creemos necesario aclarar algunas posiciones referentes a la adhesión de este
tipo demandas por parte de la izquierda. Algunos dirigentes de la izquierda
están exigiendo la renuncia de Patricia Bullrich y del ministro de gabinete de seguridad
Pablo Nocceti, así como la apertura de los informes de los gendarmes que participaron
de la represión a la comunidad Mapuche de Cushamen y la formación de una
comisión investigadora, independiente y con plenos poderes, que eche luz sobre
cómo se armó el encubrimiento y también sobre las relación del Gobierno de con dicha
fuerza represiva. Esta clase de demandas son muy comunes en la izquierda. Es
que parece “lógico” que si la ministra X y el ministro Y estuvieron a la cabeza
del escándalo, exijamos al gobierno sus
renuncias. Y si sospechamos que la AFI nos está vigilando, reclamemos por la apertura
de sus archivos y el despido de los funcionarios involucrados en dicha causa.
También parece lógico que todo esto lo haga alguna “comisión con plenos
poderes”. Todo entonces es muy “lógico”…. pero en un mundo en que no existiera
el poder del Estado, la lucha de clases y el dominio del capital. Es que en el
mundo concreto en que vivimos, creo que estas demandas no llevan a ningún lado;
y son funcionales a la propaganda que tiende a presentar todo como producto de
errores de personas (políticos). Y omite mencionar que el problema no es el
sistema capitalista, lo que fallan son las personas los gerencian, viene a
decir el mensaje subyacente. Aquí habrían actuado mal una ministra y un jefe de
gabinete de seguridad, de manera que hay que reemplazarlos; por este camino,
podría llegarse a un Estado más democrático, más tolerante, etc. La cuestión
está puesto en los personajes políticos.
La renuncia como salida progresista
La idea que debemos defender todo trabajador
es la opuesta a la anterior. Sostenemos que la crítica debe dirigirse al fondo
del problema, porque la desaparición de Santiago Maldonado no es producto del
odio personal del presidente Macri a los
jóvenes luchadores, sino el resultado de una orientación del Estado en defensa
del capital y la propiedad privada. Gendarmería y el gobierno se pudieron haber
equivocado en su instrumentación, y es posible que en algún momento sea reemplazada
la actual ministra y su segundo, debido a su manifiesta ineptitud para dicha tarea. Pero esa ineptitud en la defensa de los intereses de la
clase dominante; no se lo desplazará por defender al capital -y atacar a los
Mapuches - sino por hacerlo mal. El cambio no modificará las cosas de alguna
manera sustancial.
Destacamos que este enfoque del problema
puede parecer novedoso, pero no lo es. Hubo una tradición en la izquierda que
hacía eje en la denuncia y la crítica del carácter de clase del Estado (como decíamos
en el segundo párrafo), y desestimaba por inconducentes las demandas centradas
en el cambio de “personajes”. En este respecto quiero recordar la posición de
Lenin en 1917, cuando se dio un caso que parecía habilitar la típica demanda
“que renuncie el ministro”. Contextualizo el tema:
“en abril de ese año se filtraron
informaciones sobre tratativas secretas con los aliados del Ministro de
Relaciones Exteriores, Milyukov, para continuar la guerra. Inmediatamente
estallaron manifestaciones en Petrogrado; los manifestantes -entre los que
había muchos bolcheviques- pedían la renuncia de Milyukov y la publicación de
los acuerdos diplomáticos secretos. Como resultado de la presión, renunció el
ministro, aunque los tratados no se dieron a luz. Mucha gente que estudia la
Revolución Rusa pasa por alto que en ese episodio hubo una voz discordante en
la izquierda. Esa voz fue la de Lenin. Contra el sentido común imperante, Lenin
argumentó que un cambio de personas no hacía ninguna diferencia, y solo alimentaba
falsas ilusiones. Escribía: “Todo el gobierno provisional es un gobierno de la
clase capitalista. Es un asunto de clases, no de personas. Atacar personalmente
a Milyukov, demandar, directa o indirectamente, su renuncia, es una comedia
estúpida, ya que ningún cambio de personalidades cambiará algo en la medida en
que no cambien las clases que están en el poder” (Íconos contra cañones, frases
contra el capital” O. C. t. 24). Y al hacer el balance de la crisis, señalaba:
“Las manifestaciones comenzaron como demostraciones de soldados bajo la
consigna contradictoria, equivocada y carente de efectividad de “Abajo
Milyukov”. ¡Como si el cambio de personas o grupos pudiera cambiar la
sustancia de la política!” (“Lecciones de la crisis”, ídem).
Las situaciones políticas son tan
distintas -en la Argentina no estamos en
curso a una revolución, como sí lo estaba en 1917 Rusia - rescato el enfoque de
Lenin, desarrollado en un criterio materialista. Lo central de todo es retener
que las orientaciones políticas fundamentales de los Estados y gobiernos no
dependen de las personas a cargo, sino de las fuerzas políticas y sociales que
los mismos expresan, y los sustentan. Son estas fuerzas las que establecen los
escenarios en los que actúan los personajes. El empeño de los ideólogos del
capital está puesto en disimular este hecho, y exaltar al “héroe”.
Subrayo también que el reclamo de
renuncia de la ministra Bullrich no me parece “neutro”, sino perjudicial. Es
que no sólo plantea un objetivo que no representa progreso alguno para las
libertades democráticas, sino que favorece a los que quieren hacernos creer que
hoy “la lucha es por el cambio” (Dejo al lector reflexionar sobre ese “cambio”)
pasa por disputarle a la derecha macrista espacios de poder. Desde el enfoque
que estoy planteando, estas soluciones sólo darán lugar a cambios cosméticos.
¿O acaso alguien puede ilusionarse de que las cosas cambiarán para los
desaparecidos porque en lugar de Bullrich esté otro ministro, o algún dirigente
de La Cámpora? Algo similar podemos decir de la renuncia de Pablo Noceti. Todos
estos funcionarios no son más que fusibles del sistema capitalista. En última
instancia, cuando están muy desgastados, pueden ser reemplazados; con lo cual
se salvan las apariencias de fondo, e incluso se difunde la idea de que el
Gobierno y el Estado son “sensibles” a los reclamos populares. Es la vieja
política de cambiar algo para que todo siga más o menos igual.